Perdóname Don Fran

editorial-donfranTu reciente muerte me ha recordado de nuevo lo extremadamente frágiles que somos. No obstante, seguimos empeñados en ocuparnos de las cosas más banales, mientras nuestras vidas pasan inexorablemente, sin saber distinguir lo verdaderamente esencial.

Te moriste de forma inadvertida para casi todos, porque quizá muchos no querían saber últimamente nada de ti. Sé que tampoco te encontrabas bien en el Hogar del Buen Samaritano, porque no te sentías querido y donde tuviste que pasar el último tramo de tu vida.

También sé por ti, amigo Don Fran, que algunos políticos locales se negaron a ayudarte para paliar, en parte, las dificultades económicas que sufrías. Al final, te quedaron sólo unos pocos amigos, a los que recurrías para sobrellevar tus necesidades.

Lo peor te sobrevino cuando ya no pudiste caminar y te quedabas, durante horas y horas en la puerta del Hogar de las monjas, sentado en tu silla de ruedas, sin poder bajar al pueblo para hacer tu «ronda» diaria y esperando que alguien se acordara de ti y fuera a verte, lo que ocurría muy de vez en cuando.

Poco más sé de tu vida Don Fran, salvo que cada vez estabas más triste y dolorido, reprochando a algunas personas el olvido al que te habían relegado. Tanto que, incluso, negaron ese homenaje a tu persona con el fin de recaudar fondos que te ayudaran a tirar para adelante. A algunos, incluso, les pareció escandaloso que se llevara a cabo esta cuestación popular, en beneficio de una persona tachada de «homosexual non grato». Así que se te cerraron casi todas las puertas. Podría dar nombres y apellidos, como me los diste tú, pero siento vergüenza por quienes anteponen etiquetas y prejuicios a la solidaridad más básica.

Hoy quiero pedirte perdón, amigo Don Fran. En mi nombre, porque también he caído en la trampa de dar más importancia a lo urgente que a lo verdaderamente importante. He sucumbido al «ya me pasaré mañana», en lugar de darme cuenta de lo importante que era para ti la compañía, aunque sólo fuera por un rato. Pero, ¡siempre me quedaba tan lejos el Hogar de las monjas y tenía tantos asuntos importantes que atender, antes de pensar en hacerte una corta visita!.

Quiero pedirte también perdón en nombre de todas las personas en las que confiabas y tanto necesitaste y que te abandonaron finalmente a tu suerte. No te lo merecías. Te pido, además, que perdones a la dirección del Hogar del Buen Samaritano, porque quizá confundieron humildad con soberbia. Finalmente, Don Fran, te ruego me aceptes este pequeño y último recuerdo a la persona que fuiste, para que algunos no olviden lo que ayudaste a otros en tu vida y lo mucho que, finalmente, luchaste para sobrevivir dignamente.

Queridísimo amigo Don Fran, permíteme que te diga que hoy no me siento digno de haber estado a la altura de las circunstancias que afectaron tanto tu salud como a tus emociones, por no haber podido ayudarte más, por no haberte mostrado más calor humano y no estar presente cuando me necesitaste.

Perdónanos y descansa, Don Fran, de tanto olvido y tanto rechazo. Mientras, todos los demás quedamos aquí para seguir aprendiendo lecciones de vida, como la de la amistad que siempre supiste brindar a todo aquel que se cruzó en tu camino. Siempre estarás en mi corazón.

Alfredo ALCÁZAR

Director de Infonerja.com

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